Los
organismos manipulados genéticamente (OMG) también llamados
“transgénicos” son organismos nuevos creados en laboratorio, cuyas
características se han alterado mediante la inserción de genes de otras
especies. Por ejemplo, se inserta el gen de resistencia al frío del
salmón en papa para proporcionarle tolerancia a heladas, o genes de
bacterias en maíz para proporcionarle resistencia a ciertas plagas.
Estas alteraciones no ocurren en la naturaleza, rompen las barreras
naturales entre especies y pueden traer muchos riesgos.
Hay que diferenciarlos de los híbridos,
que son desarrollados por cruces a través de métodos convencionales que
se realizan en variedades iguales o similares. En este proceso, los
híbridos: las mismas secciones de información genética de la especie,
conocida como ADN se intercambian con los mismos cromosomas, pero los
genes casi siempre quedan exactamente en el mismo orden y en las mismas
ubicaciones dentro de los cromosomas. En el caso de los transgénicos, en
ningún caso se tiene control de dónde en la cadena cromosómica se
inserta la nueva característica.
Los transgénicos se dividen en dos grandes grupos:
Resistentes al herbicida glifosato (y conteniendo cantidades de uno de los pesticidas más potentes del mercado) y Tolerantes a insectos (Desarrollan características genéticas insecticidas).
Algunos de los efectos negativos potenciales más conocidos:
1. Recombinación de virus y bacterias dando origen a nuevas enfermedades.
2. Transferencia de la resistencia a antibióticos.
3. Generación de alergias.
4. Mayor nivel de residuos tóxicos en los alimentos.
6. Efectos secundarios de farmacéuticos transgénicos.
Cinco
compañías transnacionales de la agro-biotecnología controlan el
mercado, pero la más importante es la Pharmacia de Monsanto que produce
91% de las semillas transgénicas sembradas en el mundo.
Otra
tecnología de transferencia de genes, es a través de la llamada
biobalística, o cañón genético, por la cual, una vez hecha la
construcción del “paquete” con promotor, gen buscado y marcador, éste se
adosa a una microbala de tungsteno (volframio)
u oro y se dispara contra células del organismo receptor, pegando
dentro y/o fuera de la célula, dentro y/o fuera del núcleo, dentro y/o
fuera del cromosoma. En ningún caso se tiene control de dónde en la
cadena cromosómica se inserta la nueva característica.
La
ingeniería genética tiene tantas incertidumbres e imprecisiones, que
autores del ámbito científico han cuestionado que se pueda denominar
“ingeniería”. De
hecho, en su estado actual, si la comparamos con la ingeniería civil,
sería como ir construyendo un puente tirando ladrillos al otro lado del
río para ver si caen en el lugar correcto, usando sólo los que hayan
servido medianamente a tal efecto, y dejando en el lecho del río lleno
de materiales que no se conoce que efecto pueden tener. Con el agravante
de que esos materiales están vivos, se reproducen y tienen su propio
ámbito de acción.
Los
transgénicos cultivados en el mundo hasta 1982 se repartían en dos
grandes grupos: 71% fueron cultivos con tolerancia al herbicida
propiedad de la compañía que vende la semilla, el 28% siguiente fue
tolerancia a insectos, basados en la utilización de la toxina del
Bacillus Thuringiensis, y sólo el 1% restante tenía otras
características, como resistencia a virus, o una combinación de las dos
anteriores. Ambas características son para beneficio prácticamente
exclusivo de las compañías multinacionales que tienen las patentes de
esos cultivos y agroquímicos.
CULTIVOS TRANSGENICOS EN EL MUNDO
Es significativo que la primera generación de transgénicos haya
estado presidida por los intereses de la industria en consolidar y
aumentar sus ventas de agroquímicos, introduciendo variedades de
cultivos transgénicos resistentes
a los herbicidas; y que una mayoría de las transnacionales de la
biotecnología estén desarrollando una segunda generación de semillas
transgénicas cuyas rasgos “ventajosos” consisten en cualidades que
facilitan su procesamiento por la industria alimentaria, o su
almacenamiento y transporte a grandes distancias. El primer alimento
transgénico que salió a la venta en EE UU, por ejemplo, fue el tomate
Flavr Savr, un “tomate larga vida”, con un proceso de maduración
retardada que facilita su almacenamiento y su transporte a grandes
distancias. Todo un invento para una producción de alimentos globalizada
que sin embargo fracasó por resultar demasiado delicado para soportar
unas labores mecanizadas de cosecha y envasado. Gran parte de la
investigación biotecnológica reciente se orienta asimismo al desarrollo
de mejoras cualitativas (menos calorías, menos colesterol, etc.) para
una minoría de la población mundial con alto poder adquisitivo, en la
cual los excesos de alimentación están causando graves problemas de
salud.
En la actualidad, la práctica totalidad de la superficie sembrada con transgénicos en el mundo está
ocupada por cuatro cultivos, en su mayor parte destinados a la
producción de piensos compuestos para la ganadería intensiva y otros
usos industriales: soja (60% del total de cultivos), maíz (23%) algodón
(11%) y colza (6%).
En
países del Sur como Argentina el cultivo de soja transgénica destinada a
la exportación ha desplazado a los cultivos tradicionales y expulsado
del campo a miles de pequeños campesinos, agravando la crisis de pobreza
y de inseguridad alimentaria del país, esquilmando los suelos y
provocando graves daños ambientales. En el Norte los cultivos transgénicos están
contribuyendo a apuntalar un modelo de producción agrícola y ganadera
industrializada, cuyos costes sociales (ruina de la agricultura y la
ganadería familiar, despoblamiento del mundo rural),
ecológicos (contaminación, desaparición de razas y de sistemas
extensivos adaptados al entorno y ecosistemas asociados) y sanitarios
(vacas locas, gripe aviar...) son insostenibles.
Los
cultivos estrella son aquellos que tienen incorporada la resistencia a
un herbicida, que ocupan el 73% de la superficie cultivada, seguidos de
las variedades insecticidas Bt (18%) y de las variedades con ambas
características (8%).
Mención
aparte merecen los “farmacultivos”, diseñados para producir en cultivos
alimentarios como el maíz fármacos y productos industriales (plásticos,
lubricantes...) no aptos para el consumo humano, y que están siendo ya
ensayados en Estados Unidos. Aunque la mayor parte de este tipo de
cultivos está todavía en fase experimental, las primeras solicitudes de
autorización para su cultivo comercial han provocado un gran revuelo en
Estados Unidos en estados como California, debido al evidente riesgo de
contaminación de toda la cadena alimentaria que suponen.
Los datos más difundidos sobre superficie de cultivos transgénicos son
los aportados por los informes anuales del Servicio Internacional para
la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas, (ISAAA), un
organismo privado creado por instituciones y empresas cuyo objetivo es
extender el uso de la biotecnología en países de desarrollo. Según el
informe del ISAAA correspondiente al año 2004, el cultivo mundial ha
aumentado un 20% con respecto a 2003, alcanzando una superficie de 81
millones de hectáreas repartidas en un total de 17 países, y equivale al
25% de la superficie global de estos cultivos.
El mayor productor de cultivos MG en el mundo sigue siendo Estados Unidos, cuya superficie de transgénicos supone el 69% del total mundial. Le sigue Argentina, con un 20% de la superficie mundial de cultivos transgénicos.
La
diferencia fundamental con las técnicas tradicionales de mejora
genética es que permiten franquear las barreras entre especies para
crear seres vivos que no existían en la naturaleza. Se trata de un
experimento a gran escala basado en un modelo científico que está en
entredicho.
Algunos
de los peligros de estos cultivos para el medio ambiente y la
agricultura son el incremento del uso de tóxicos en la agricultura, la
contaminación genética, la contaminación del suelo, la pérdida de
biodiversidad, el desarrollo de resistencias en insectos y "malas
hierbas" o los efectos no deseados en otros organismos. Los efectos
sobre los ecosistemas son irreversibles e imprevisibles.
Los
riesgos sanitarios a largo plazo de los OMG presentes en nuestra
alimentación o en la de los animales cuyos productos consumimos no se
están evaluando correctamente y su alcance sigue siendo desconocido.
Nuevas alergias, aparición de nuevos tóxicos y efectos inesperados son
algunos de los riesgos.
Los
OMG refuerzan el control de la alimentación mundial por parte de unas
pocas empresas multinacionales suponen una acción dictatorial y hasta
fascista de la alimentación, y lejos de constituir un medio para luchar
contra el hambre, aumentan los problemas alimentarios. Los países que
han adoptado masivamente el uso de cultivos transgénicos son claros
ejemplos de una agricultura no sostenible. En Argentina, por ejemplo, la
entrada masiva de soja transgénica exacerbó la crisis de la agricultura
con un alarmante incremento de la destrucción de sus bosques primarios,
el desplazamiento de campesinos y trabajadores rurales, un aumento del
uso de herbicidas y una grave sustitución de la producción de alimentos
para consumo local.
La
solución al hambre y la desnutrición pasa por el desarrollo de
tecnologías sostenibles y justas, el acceso a los alimentos y el empleo
de técnicas como la agricultura y la ganadería ecológicas. La industria
de los transgénicos utiliza su poder comercial e influencia política
para desviar los recursos financieros que requieren las verdaderas
soluciones.
Debemos
optar por la aplicación del principio de precaución y nos oponemos por
lo tanto a cualquier liberación de OMG al medio ambiente. Los ensayos en
campo, incluso a pequeña escala, presentan igualmente riesgos de
contaminación genética, por lo que también deben controlarse.
Greenpeace
se ha pronunciado expresando que no se opone a la biotecnología siempre
que se haga en ambientes confinados, controlados, sin interacción con
el medio. A pesar del gran potencial que tiene la biología molecular
para entender la naturaleza y desarrollar la investigación médica, esto
no puede ser utilizado como justificación para convertir el medio
ambiente en un gigantesco experimento con intereses comerciales.
A
España llegan unos 6 millones de toneladas de soja, de las cuales
aproximadamente el 66% es transgénico, y un millón y medio de toneladas
de maíz que han sido cultivados en países que han optado por el uso
masivo de transgénicos.
España es el único país de la Unión Europea que cultiva transgénicos a gran escala y en el 2006 se cultivaron unas 53.000 hectáreas de maíz modificado con genes de bacterias.
Dos
terceras partes de los alimentos que ingerimos contienen derivados de
soja y de maíz, se ha demostrado que en los cultivos transgénicos se
emplean muchos productos tóxicos, al contrario de lo que dicen las
empresas que los promueven, con el consiguiente daño que supone para el
medio ambiente y la salud.
Se
está experimentando con genes de vaca en plantas de soja, con genes de
polilla en manzana e incluso con genes de rata en lechuga.
Los transgénicos, desde su nacimiento, han suscitado mucha polémica. Existen seguidores fanáticos y detractores acérrimos. Por ejemplo, Juan Felipe Carrasco, ingeniero agrónomo y responsable de la Campaña contra los Transgénicos de Greenpeace en España, cree
que "la agricultura industrial, la que actualmente se nos vende como
aquella que produce alimentos para toda la humanidad, desgraciadamente,
está produciendo también muchísimos daños irreversibles". Para Carrasco "no es cierto que la ciencia esté a favor de los transgénicos",
apuntando además que "los que estamos en contra de los transgénicos no
estamos en contra de la ciencia del futuro, estamos en contra de la
liberación de transgénicos en el medio ambiente". Para Greenpeace los
transgénicos incrementan el uso de tóxicos en la agricultura, la pérdida de biodiversidad, los riesgos sanitarios no están evaluados, etc.
Sin embargo, Francisco García Olmedo, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Politécnica de Madrid,
piensa todo lo contrario. "Los transgénicos son la mayor innovación en
producción de alimentos que se ha hecho en los últimos 25 años y no ha
habido un solo incidente adverso ni para la salud humana ni para el medio ambiente" expreso durante la última edición de MadridFusión 2010.
En
cualquier caso, sea cual sea la elección final del consumidor, no está
de más saber qué productos contienen organismos modificados
genéticamente. Con este objetivo, Greenpeace ha elaborado la "Guía roja y verde de alimentos transgénicos".
En la lista verde se encuentran aquellos productos cuyos fabricantes
han garantizado que no utilizan transgénicos ni sus derivados en sus
ingredientes o aditivos. En la roja están aquellos productos para los
cuales Greenpeace puede garantizar que no contengan transgénicos.
Las
multinacionales que producen y comercializan transgénicos, los
presentan como la solución al hambre en el mundo. Sin embargo, el hambre
en el mundo se debe a la dificultad de acceso de los campesinos a
recursos productivos como la tierra, el agua, las semillas y otros
medios de producción, cuando no el robo o la expropiación que estas
empresas propician. Los alimentos transgénicos son una tecnología
orientada radicalmente al aumento de la productividad. Muchos
científicos defienden que los transgénicos agudizan los problemas que
prometen resolver: abuso de agroquímicos, crecimiento de plagas,
resistencia a los productos que combaten las plagas, aumento de la
contaminación de aguas y suelos, pérdida de fertilidad de la tierra,
menores rendimientos de los cultivos.
Acrecientan
la incapacidad de los agricultores para resolver sus problemas
“técnicos” y, con ello, su dependencia de las multinacionales. Las
relaciones entre los nuevos genes manipulados y los naturales no son
predecibles porque nunca han interactuado juntos en el mismo organismo.
No podemos determinar qué pasará en las generaciones futuras de dichos
organismos. La investigación de riesgos sobre la salud humana por
ingestión de organismos con genes modificados es muy escasa. Se reconoce
la inestabilidad de los genes implantados y la contaminación
inevitable. En el caso del maíz está demostrado que a través de la
polinización cruzada, se transfieren los genes modificados de unas
plantas a otras, de unos campos a otros y a lo largo de la cadena
alimentaria. Con ello aumentan los riesgos sobre la salud de las
personas y del propio ecosistema del que los campos de cultivo y el
ganado forman parte.
Debemos
considerar a la producción “química” y “transgénica” de alimentos como
dos formas de la misma agricultura industrial globalizada.
La alternativa a dicha agricultura industrial es la agroecología basada en:
a) la independencia de la tecnología de las multinacionales.
b) la valorización de los conocimientos campesinos tradicionales.
c)
la promoción tecnologías accesibles a los pequeños agricultores y
campesinos pobres, d) el diálogo con la naturaleza, e) la defensa de la
seguridad y la soberanía alimentarias para toda la población y no sólo
para los sectores con solvencia económica.
Efectos no intencionados pueden ser parcialmente predecibles si se sabe dónde se inserto el nuevo gen, mientras que otros efectos son totalmente impredecibles debido al limitado conocimiento que se tiene sobre la regulación de los genes y las interacciones entre éstos.
Algunos de los efectos adversos encontrados para la salud ha sido la aparición de nuevas alergias, toxicidad renal y hepática.
Especies transgénicas pueden reproducirse con especies salvajes creando nuevos especímenes, arriesgando la integridad de las especies naturales y nuestra alimentación.
Por si eso fuera poco, los herbicidas de amplio espectro que se usan para proteger los cultivos transgénicos matan indiscriminadamente todas las plantas, dejando
intactas sólo las cosechas transgénicas (como ejemplo el Glifosato
usado sobre cultivos de soja transgénica creada por la empresa
norteamericana Monsanto).
Sus efectos no quedan confinados a los campos de cosechas, su aplicación en forma de pulverización puede transportarlos hasta vegetaciones salvajes colindantes,
especialmente cuando se emplean aviones de fumigación aérea o pueden
ser transportados por la lluvia hacia los ríos diezmando peces y
organismos acuáticos.
Esta destrucción innecesaria puede producir una alarmante disminución de la diversidad de la flora salvaje con consecuencias dañinas para insectos, aves y mamíferos que dependen de las plantas afectadas.
Donde crece soja transgénica se incrementa el uso de herbicidas y
las cantidades totales aplicadas. Se espera un aumento del uso de
herbicidas al desarrollar las malas hierbas o cultivos indeseados una
tolerancia al Roundup, tal como ha ocurrido en Argentina y EE.UU.
El cultivo de soja transgénica ha causado ya la deforestación de 21 millones de hectáreas de bosques en Brasil, 14 millones de hectáreas en Argentina y sigue en aumento.
Lo
que se está destruyendo por la demanda mundial de soja barata es mucho
más que uno de los hábitats más ricos en especies del planeta. Los
científicos describen el bosque tropical más grande del mundo como el
aire acondicionado del planeta: la humedad de la región es vital para la regulación del clima y los patrones de refrigeración de Sudamérica, y de todo el mundo.
En
lugar de absorber y almacenar el excedente de CO2 procedente de la
atmósfera, parte de la Amazonía de Brasil se ha convertido ahora en una fuente importante de contaminación por CO2 procedente de la quema de árboles y de la descomposición de la vegetación.
La deforestación para expandir cultivos como el de la soja, conlleva el desplazamiento de comunidades y pueblos que
dependen de los bosques. El bosque tropical les proporciona alimento y
cobijo así como herramientas y medicinas. El avance de los transgénicos
los ha expropiado de sus tierras
Tanto
la soja como el maíz son básicamente producidos para ser exportados
como alimento para animales, pero también la soja la estamos consumiendo
en alimentos procesados, como galletas, budines, margarina, aceite,
etc. y en la mal llamada carne y leche de soya, en tanto que consumimos
el maíz en la polenta y el aceite.
¿Cuáles son sus riesgos más importantes?
El
uso de transgénicos trae riesgos para la salud y para el ambiente,
viola derechos ciudadanos, socava la soberanía alimentaria y consolida
el control corporativo sobre el sistema agroalimentario mundial.
Las
transnacionales inventaron CT resistentes a sus propios herbicidas.
Como consecuencia, se aumenta el uso de herbicidas y, por ende, la
contaminación del ambiente y de los alimentos.
Los
CT “Bt” resistentes a ciertas plagas son plaguicidas: producen toxinas
en todas partes de la planta, incluyendo las que se come. El uso externo
y puntual del plaguicida se sustituye por su uso continuo dentro del
cultivo, lo que podría significar una adaptación de las plagas que
pronto desarrollarían resistencia y se regresaría al uso de plaguicidas
cada vez más tóxicos.
La
liberación al ambiente de un transgénico puede provocar una serie de
impactos ecosistémicos. Por ejemplo, el polen del maíz transgénico (Bt)
es tóxico para ciertos insectos benéficos y exudados de sus raíces son
tóxicos para algunos micro-organismos del suelo. La presencia de toxinas
Bt en los CT inhibe la descomposición de su materia orgánica. De esta
manera se desencadena una serie de efectos en cascada que afectan el
equilibrio ecológico.
Cuando
los cultivos transgénicos polinizan los cultivos naturales, los
contaminan genéticamente y crean semillas híbridas transgénicas. La
contaminación genética de cultivos tradicionales es irreversible,
imposible de controlar y significa que toda su descendencia, se
convertirá en transgénicos y se perderá, para siempre, cultivos
tradicionales, y la opción y el derecho a consumir alimentos naturales.
En México, centro de origen y diversidad del maíz, la contaminación de
variedades tradicionales de maíz con maíz Bt. constituye una pérdida
irreversible de este patrimonio de la humanidad.
La
contaminación de parientes silvestres, cultivos convencionales y
tradicionales con genes de resistencia a herbicidas puede dar lugar a
super-malezas imposibles de eliminar.
Todos
los CT producen nuevas sustancias que puedan causar alergias y otras
enfermedades. Los CT plaguicidas son modificados para producir toxinas
que luego se consumen, pero no se ha demostrado su inocuidad a largo
plazo.
Se
está manipulando cultivos genéticamente, en particular, el maíz, para
que produzcan fármacos (anticonceptivos, vacunas, hormonas, etc.) y
productos de interés industrial (aceites) Existe el riesgo de que estos
“farma-cultivos” contaminen genéticamente el maíz para el consumo,
produciendo alimentos contaminados con fármacos y otras sustancias de
uso industrial.
Los
virus, bacterias y su material genético constituyen las herramientas de
la ingeniería genética por lo que se aumenta la probabilidad de la
“transferencia horizontal” de sus genes a otros virus y bacterias y la
creación de nuevas enfermedades.
¿Qué dicen los científicos?
La
Asociación Médica Británica, el Consejo Nacional de Investigación de
los Estados Unidos y otras prestigiosas instituciones aconsejan prohibir
el uso de transgénicos y sus productos y recomiendan se investigue sus
impactos sobre la salud humana y el ambiente a largo plazo.
En
Estados Unidos hay fuertes campañas en contra de los transgénicos en
seis estados. En Europa, países como Hungría y Francia han tomado
fuertes posiciones para retirar semillas y productos transgénicos de sus
mercados y se han visto amenazados por las grandes corporaciones
estadounidenses y el Banco Monetario Internacional por tomar estas
posturas.
En
India, donde las semillas genéticamente modificadas se introdujeron
algunos años atrás, ahora tiene una taza de suicidios que señala que
cada 30 minutos se suicida un productor agrícola mayormente a causa de
la deuda que no consiguen pagar debido a la continua necesidad de
comprar nuevas semillas transgénicas ya que se les impide guardar e
intercambiar semillas.
Un
artículo de la legislación brasileña indica que todos los alimentos que
contengan más de un 1% de material transgénico deben ser etiquetados,
esto es algo que no ha cumplido Nestlé y por ello, un tribunal brasileño
ahora obliga a la compañía a etiquetar los alimentos que contengan
ingredientes transgénicos.
Un
estudio llevado a cabo por un grupo de investigadores franceses
encabezado por Gilles-Eric Séralini, profesor de Biología Molecular de
la Universidad de Caen y experto en organismos genéticamente modificados
(OGM) del Gobierno francés, ha demostrado la peligrosidad de los
alimentos transgénicos.
Séralini
ha estado trabajando con un grupo de 200 roedores a los que se han
alimentado con el maíz transgénico NK603, también conocido como maíz
roundup ready y ha comprobado que es puro veneno. La mínima dosis de OGM
se reveló tóxica y, en la mayoría de los casos, mortal para las ratas.
Esto podría extrapolarse directamente a los humanos. La información fue
publicada el pasado 20 de septiembre el semanario parisino Le Nouvelle
Observateur. La revista estadounidense especializada Food and Chemical
Toxicology fue la primera que lanzó el escándalo al aire, al publicar
los resultados del experimento de Séralini un día antes.
El
investigador contó con un presupuesto de 3 millones de euros y trabajó
bajo la más absoluta clandestinidad. Además, los investigadores se
negaron a contestar cualquier llamada telefónica por miedo a las
presiones y al sabotaje de las multinacionales de los transgénicos.
El
NK603 es un maíz de la companía biotecnológica Monsanto cuya capacidad
es poder soportar la acción del herbicida Roundup. Su principal
componente es el glifosato, uno de los herbicidas más utilizados del
mundo.
El
estudio tenía como finalidad determinar los efectos en la salud de la
ingesta del maíz modificado y el herbicida. Para ello, los
investigadores dividieron a los roedores en grupos. A cada uno se le
alimentó con una dieta en la que se variaban las proporciones del
Roundup.
Las ratas alimentadas durante toda su vida con maíz transgénico de Monsanto o expuesto a su fertilizante más vendido, Roundup, sufrieron tumores y daños múltiples en sus órganos, según este estudio el francés.
Aunque
el principal investigador del trabajo haya sido crítico en el pasado
con la industria, lo que puede hacer que otros expertos se muestren
cautos a la hora de sacar conclusiones apresuradas, los resultados
generarán controversia sobre los cultivos modificados genéticamente.
En
una iniciativa poco habitual, el grupo investigador no permitió a los
periodistas pedir comentarios externos antes de su publicación en la
revista profesional Food and Chemical Toxicology y de su presentación en
una rueda de prensa en Londres.
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